Son días de mucha conversación. Gentes de todo tipo, más o menos sorprendidos, me preguntan, sienten curiosidad y quieren información. Los periodistas, seres de una pasta inclasificable y con un papel fundamental en la sociedad democrática, se interesan y buscan razones. Y de las distintas entrevistas y encuentros que estoy ofreciendo, además de las preguntas más evidentes, hay una sobre la política municipal que se repite, que aparece cada vez, y que me parece muy relevante: ¿cómo es la convivencia en el equipo de gobierno?
Acostumbrados al ordeno y mando, al rodillo implacable que se ejerce desde la atalaya de la mayoría absoluta, un método de gobierno que requiere el acuerdo choca frontalmente en el imaginario mirobrigense sobre la aplicación del poder. Las elecciones municipales rompieron en pedazos la estructura política de los últimos lustros precisamente en lo más hondo: en la imposibilidad de que nadie gobierne en solitario o, dicho de otra forma, en la obligación de encontrarse a la hora de caminar.
La ciudadanía clamaba contra la mayoría absoluta y reclamaba un escenario en el que imperase la cultura del consenso, la negociación, la transacción y el acuerdo. Las consecuencias afectan a toda la configuración de un gobierno municipal. El gobierno no es monocolor y las distintas actuaciones, tanto las estratégicas como las del día a día, requieren de la aprobación de varias partes.
Hay quien observa como negativa esta forma de gobernar debido, probablemente, a la reminiscencia de una mayoría absoluta ejercida de forma absolutista, en la que la rendición de cuentas era mínima y el diálogo inexistente. Frente a eso, muchos percibimos grandes oportunidades para avanzar en los mecanismos democráticos, de dar participación a más gente, de implicar a la ciudadanía en la toma de decisiones, de abordar la pedagogía política. No es posible que exista diálogo entre el gobierno y el resto de la ciudadanía si el gobierno no está acostumbrado a la conversación y la negociación.
Naturalmente, las implicaciones son mucho mayores y más profundas, y afectan también a la manera de rendir cuentas y de evaluar, desde la ciudadanía, la labor de los representantes. Si las decisiones no son de una sola parte sino de varias, que un partido ponga en marcha su programa electoral en los términos expresados a la ciudadanía es materialmente imposible, puesto que la actuación definitiva será la resultante del consenso de los distintos puntos de vista. De la misma manera, si las decisiones son colectivas, las responsabilidades también lo son. La estrategia general, por poner un ejemplo, en una cuestión como el turismo, no dependerá solo de la delegada en la materia, sino que su definición y aplicación tendrá que ver, también, con ese proceso de permanente negociación. La política, complicada ya de por sí, se vuelve más compleja.
El gobierno municipal tendrá la estabilidad que las partes le ofrezcan, en función de la responsabilidad de los distintos partidos y de que todos seamos capaces de entender que debemos ser flexibles en los planteamientos para facilitar el acuerdo, sin que ello deba implicar renunciar a principios o cuestiones esenciales. Paso a paso.
Lo cierto es que esta forma de gobernar, en la que además queremos implicar a la mayor parte de ciudadanos y ciudadanas posibles a través de distintos mecanismos, requiere un gran esfuerzo y dedicación. Mi intención en esta etapa es que todas las miradas que tenga que lanzar fuera de Ciudad Rodrigo lo sean para conseguir mejorar la vida de los y las mirobrigenses. Siendo ésta la prioridad y siendo el tiempo un bien escaso, he preferido dedicarlo a la tarea que los ciudadanos y ciudadanas me han encomendado. Mi tiempo es para Ciudad Rodrigo, porque es tiempo de diálogo.