¿Una nueva era?

Recupero mi sección quincenal en «Es Radio Salamanca», agradeciendo a Sonia Luengo que siga contando conmigo como colaborador en esta nueva etapa.

A partir de ahora iré colgando aquí mis columnas radiofónicas (el texto) en este blog, para dar contenidos y promover el debate. Ahí va lo emitido hace unos minutos:

Llegado el año nuevo, quizá el propósito fundamental sea el de coger distancia para poder añadir a los ojos del participante, las lentes del observador. Las fiestas y el parón navideño sirven para muchas cosas, pero también para esa tarea de reflexión sosegada, absolutamente imposible cuando, como en el día de hoy, la agenda echa humo.

Vengo de leer incesantemente a Eric Hobsbawm, reconciliándome con mi biblioteca y procurando dedicar el escaso tiempo libre a la tarea de afrontar la realidad inmediata desde una concepción global. Siempre acostumbrados a  utilizar el término “Era” para gigantescos saltos en la historia humana, sorprende como, Hobsbawn, colosal historiador, incorpora una sucesión frenética de “eras” desde la Revolución Francesa a esta parte. Pareciera como la disposición de los tonos en una cuerda a la hora de hacer música, algo que los músicos de cuerda que nos escuchen conocerán perfectamente. Si al inicio el salto de un tono a otro es abismal, a medida que nos acercamos al centro de la cuerda las distancias prácticamente no existen y casi se superponen. Nuestro relato histórico ha adquirido tales dosis de aceleración que estar alejado de la actualidad unos días puede suponer recuperarse en un momento político absolutamente desconocido. La velocidad y la incertidumbre son, seguramente, dos de los ingredientes esenciales a la hora de describir el tiempo que vivimos.

Centrando la mirada en nuestra realidad más cercana, la elección de las palabras dice mucho del observador. No es lo mismo decir que inauguramos la era de la inestabilidad que la del diálogo. No se le parece definir lo anterior como la era de los gobiernos responsables que como la del bipartidismo estructural. Que la cultura del diálogo se ha impuesto en la política española por la fuerza de los hechos es una realidad innegable, que lo consideremos una oportunidad de transformación profunda o un problema que debe resolverse cuanto antes, una elección de observador comprometido, incluso militante.

Mi opinión es clara y no tengo problema en volver a señalarla. La democracia consiste en la normalización de la diferencia política y la asunción de la palabra como instrumento para resolver los conflictos. El diálogo, la negociación y la búsqueda de consensos puede generar lentitud a la hora de tomar las decisiones, pero forma parte de la manera que hemos entendido como menos mala para afrontar los retos, pues la otra, la de los partidos únicos, la renuncia a las libertades o el silencio forzado por las armas ya lo hemos conocido, nuestras cunetas siguen llenas de esa sinrazón.

Creo que son momentos de transición, pasamos de una era a otra. Volvemos a subir un tono en la escala cromática y el curso de la historia continuará acelerándose… hasta que cambiemos a la cuerda siguiente.

El reto inmediato es el de formar un gobierno. En mi opinión, normalizar la palabra supone también normalizar el parlamento y el parlamentarismo, asumir como perfectamente democrático el acuerdo y la transacción. Hoy el Partido Popular debe reconocer que su mayoría absoluta ha conseguido que nadie en el parlamento quiera hacerse una foto ni con sus integrantes, ni con las medidas tomadas. Reflexión.

Ese es el inmediato, pero el reto importante es el de explicarle a la sociedad que la pluralidad no es sinónimo de caos, sino de enriquecimiento político. Si alguien, en este salto histórico, prefiere la táctica a la sinceridad y actúa de manera oportunista, que tenga muy claro que puede generar efectos perversos. No vaya a ser que el asalto electoral se convierta en blindaje de los de siempre, pues aunque los españoles están dispuestos a darle una oportunidad a la negociación, no está claro que estén dispuestos a darle una segunda.

 

 

 

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